La aparición de las tarjetas postales fue
un fenómeno de gran importancia en
la historia del correo. En el año 1869, se
inició en Austria la emisión de postales que
en sus inicios eran cartulinas de colores
café claro, diseñadas solamente para escribir,
aunque prontamente empezaron a
llevar imágenes. Se le atribuye la invención
de la tarjeta postal al austriaco Hermann,
catedrático en la Academia Militar de
Wiener-Neustadt. En septiembre de 1869, el barón Adolfo Maly, director de Correos
austriaco, firmó el decreto que autorizaba
la circulación de tarjetas postales. La idea
tuvo gran éxito y para 1871 ya habían
adoptado la naciente tarjeta algunos
países como Alemania, Inglaterra, Suiza,
Prusia, Bélgica, Holanda y Dinamarca. En
España comenzó el 10 de mayo de 1871.
A partir de entonces, innumerables artistas
reprodujeron sus obras en postales, a pesar
de que era mucho mayor la representación de paisajes, flora y fauna y artes
decorativas, incluso la postal de carica
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tura satírica y política. Hay además gran
profusión de postales eróticas que circula
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ban privadamente entre los varones. Y, por
supuesto, las emotivas.
A partir de 1870, en Alemania, el litógrafo
Miesler comienza a hacer tarjetas postales
ilustradas, y en 1872, en Suiza, el artista
Borich realiza hermosos dibujos sobre
tarjetas postales. Más tarde, en 1892, la
casa Hauser y Menet, en España, repro
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duce fotografías sobre postales gracias
a la técnica de la fototipia. Pero es en
1900 cuando la tarjeta postal ilustrada se
socializa a tal punto que surge la idea del
coleccionismo.
El escritor E. S. Turner cuenta en “La historia
de la galantería” que “la fotografía se
hallaba en sus comienzos, pero no estaba
lejano el momento en que los enamorados
podrían transportar sobre su corazón la
imagen del objeto amado y empañarla
con sus suspiros. Entretanto, la litografía
hacía sus veces. La industria de las tarjetas
de felicitación habilitó una enorme canti
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dad de recursos para facilitar los encuen
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tros amorosos y estimular las aspiraciones
de los protegidos de San Valentín. Con la
moda de los `corazones unidos y sangran
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tes´ se da el primer paso hacia la indolen
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cia del enamorado, que confiaba a otras
manos la tarea de adornar sus sentimien
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tos. Hasta entonces, el amante dibujaba y
decoraba el testimonio de sus amores y lo llevaba personalmente hasta la puerta de
su destinataria. A partir de la era victoriana
prefirió elegir un mensaje ya confeccionado,
y deslizarlo en el interior de un buzón
por una suma despreciable”.
El escritor Rubén Darío comentó acerca
de las bondades de la tarjeta postal en
un artículo publicado en “La Nación” de
Buenos Aires, en marzo de 1903: “Cuando
vais en viaje, por un lejano país, muchas
veces no os es fácil el escribir una carta
a tales o cuales personas de nuestra
afección; y una o dos palabras puestas en
una tarjeta postal ilustrada que echáis en
el próximo buzón, llevan vuestro recuerdo
con la imagen del paisaje o del lugar en
que escribís. Por eso en todos los puntos de
la tierra a que la Agencia Cook conduce
sus caravanas encontraréis en abundancia
los puestos y tiendas de tarjetas con las
variadas fotografías de los monumentos,
curiosidades, personajes célebres y demás
particularidades de la ciudad o pueblo,
desde la recóndita China hasta la clara
Italia, desde las pirámides hasta el país del
Sol de medianoche. Hay otra virtud en la
tarjeta postal ilustrada y no la menos interesante
como comprenderéis. Por ley de la
moda, una señorita que no podría escribir
cartas a un caballero de su simpatía sino a
furto, a escondidas de sus padres, corresponde
con él libremente, si se le antoja,
por medio de la propaganda cartulina. Y
aún la cartulina misma, con el simbolismo
de sus flores, o de sus figuras, suele decir
más que un largo pliego”. Rubén Darío, quien además fuera empleado
de Correos en Buenos Aires, según él
mismo ha contado, agregó también en
esa oportunidad que “la vida actual, sobre
todo, esta vida europea y en particular la
de París, hace imposible la correspondencia
epistolar. Y es lástima, porque un Voltaire
o una Sévigné de la época, dejarían
perdido lo que de otro modo habría sido
aprovechable (…). Si antes se recibía una
carta hoy se reciben 50 tarjetas postales.
La emoción que produce la llegada del
cartero es repetida. Además, la tarjeta
postal puede llevar, como he dicho, el
paisaje, la reproducción del lugar en que
se encuentra la persona amada; y ahora
que la fotografía también está adoptada
como uso elegante, y que uno mismo se
puede hacer a su gusto sus tarjetas postales,
la comunicación, si escasa por la palabra, es más elocuente por la imagen. Es
la ilusión de la presencia, y si es cierto que,
según la teoría ocultista, en la reproducción
de nuestra imagen por la luz queda
algo de nuestro ser interior y misterioso de
nuestra alma, la tarjeta postal fotográfica
es el ideal de la correspondencia sentimental
y amorosa”.

